Los polvos y los lodos

Sorprende la crítica al Gobierno por no realizar una presión fiscal sobre los capitales y la riqueza en general mientras, por otra parte, se realiza un discurso europeísta que presenta a la UE como un proyecto avanzado y moderno. Y lo mismo ocurre cuando, con manifiesta candidez, se hacen comentarios que parecen evidenciar una profunda sorpresa ante las últimas medidas fiscales que el Gobierno ha propuesto. No entiendo que a estas alturas alguien pueda esperar que desde el Ministerio de Hacienda se acometa una política fiscal que -siquiera tímidamente- reconsidere parcial o totalmente el proceso de creciente regresión fiscal que viene desarrollándose en España desde hace décadas. Y ello a pesar de que dicho proceso conculca e incumple el artículo 31 de la vigente Constitución.

Desde un pretendido keynesianismo se acucia al Gobierno para que sea consecuente con su pregonada acción en pro de los parados y las rentas más bajas y obtenga los fondos necesarios para ello gravando a los ricos . No está de más recordar lo que supuso el New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt, demócrata, y la política fiscal redistributiva inspirada por Keynes como medio de combatir los efectos de la crisis de 1929. Durante la década de los 30 el tipo máximo impositivo sobre la renta pasó del 35% al 65% en su primer mandato; durante el segundo subió hasta el 79%. Durante el mandato del también demócrata Harry S. Truman el impuesto alcanzó el 91%. En ese mismo período de tiempo sobre sucesiones pasó del 20% al 77%.

Aquí en España tanto el PSOE como el PP han ido rivalizando en rebajar los impuestos y aumentar a la vez el Gasto Fiscal (deducciones, bonificaciones y exenciones al capital). La malhadada expresión de Rodríguez Zapatero sobre que «bajar los impuestos es de izquierdas» ha servido para que el debate se trivialice y falsee. La cuestión ha aparecido ante la opinión pública como una disyuntiva simplista: ¿más impuestos o menos impuestos? Dirigentes políticos, comentaristas y formadores de opinión han evitado abordar durante meses la respuesta a dos preguntas muy concretas: ¿qué impuestos se suben o se bajan? ¿A quiénes benefician o perjudican los cambios fiscales? Todo lo demás es escurrir el bulto y confundir la política y el servicio público con la trilería . Cuando la ministra Salgado ha reconocido que la subida fiscal anunciada recae exclusivamente sobre clases medias y asalariados en general, el discurso admonitorio ha vuelto a tronar. ¿Qué pasa con las Sociedades de Inversión de Capital Variable (Sicav) ? En la actualidad hay 3.500 sociedades acogidas a esta modalidad de inversión y cuyos capitales son gravados con el 1%. El monto total de sus fondos asciende a 27.000 millones de euros y constituye un paraíso fiscal legalizado para grandes fortunas.

El problema de nuestros escandalizados críticos estriba en que olvidan las razones profundas de esta política que elimina el impuesto sobre las herencias, rebaja el de Patrimonio y silba mirando a otro lado cuando se habla de las Sicav. ¿Por qué? Independientemente de que el partido gobernante se alinea por apuesta política y programa en ese convencionalismo denominado Centro, la razón es más de fondo.

La Unión Europea es un inexistente proyecto social pero de firme consistencia para la libertad de los mercados de capitales y mercancías. Los gobiernos tienen sobre sus cabezas la espada de la evasión legal de capitales. Las políticas keynesianas necesitan de un territorio unificado fiscalmente; cosa que la UE no es. Los tratados imponen una política económica para todos los Estados mientras los dejan solos ante el problema del paro. Sin armonización fiscal, sin presupuesto europeo digno de tal nombre y con paraísos fiscales tolerados ¿quién se atreve a molestar a los poderosos si estos amenazan con levantar el vuelo y llevarse los fondos? Apoyar este proyecto europeo y rasgarse las vestiduras por sus consecuencias es un ejercicio de frivolidad cuando no de hipocresía.

Julio Anguita

Miembro del Colectivo Prometeo

Fuente: Diario Córdoba

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